Los barcos remolcadores tienen una indudable importancia en el día a día de cualquier puerto. A continuación, se comentan todas las claves que los convierten en imprescindibles.
Los remolcadores marítimos son un tipo de barco diseñado para ayudar a cualquier artefacto flotante o buque a realizar las maniobras necesarias dentro de un puerto. Su eficiencia depende, directamente, de su tipo de propulsión. Lo usual es que sea azimutal o cicloidal, ya que aporta mayor rapidez, sencillez y seguridad a cada tarea.
Para que un remolcador sea eficaz, debe tener como puntos fuertes su maniobrabilidad, un tamaño acorde a la potencia de su motor, una tracción a punto fijo adecuada, una estabilidad perfecta y la máxima visión posible desde el puente de mando. Este tipo de embarcación lleva defensas, equipo del puente y un equipo sanitario, además del contenido que se especifica en un apartado posterior.
En cualquier zona portuaria, y siempre combinando su labor con la del práctico, su único objetivo es certificar la seguridad de cada maniobra. También se encargan de evitar que los buques colisionen contra la estructura del puerto o contra el muelle. En el caso de los bajíos o de otro tipo de barcos, se les ayuda a encontrar la mejor ruta para que el amarre sea lo más seguro posible.
En algunos países su uso es obligatorio para que los grandes buques entren y salgan de los puertos. Además, tienen otras funciones como:
Son tres los tipos de remolcadores, y la elección de cada uno dependerá del tipo de operación que sea necesario realizar.
Es el más habitual en el tráfico interior de los puertos. La potencia mínima de su motor es de 400 CV, la máxima es de 3000. La tracción a un punto fijo va de las seis a las 30 toneladas. Su eslora va de los 20 a los 30 metros. Su calado se encuentra entre los tres y los cuatro metros y medio. Alcanza una velocidad máxima de 13 nudos.
A las funciones antedichas se les añaden otras como el auxilio a grandes buques, el amarre a monoboyas de supertanques o el remolque de barcos costeros de altura. Se caracterizan por una eslora que oscila entre los 25 y los 40 metros. La potencia máxima es de 5000 CV e incluye una tracción a punto fijo de entre 20 y 55 toneladas.
Es el único que puede afrontar remolques oceánicos e incluso asistir a buques en situación de peligro en alta mar. Su potencia máxima es de 20 000 CV y la tracción de tiro a punto fijo va de las 55 a las 180 toneladas. La velocidad es de 16 nudos.
La mayoría de estas embarcaciones cuenta con un equipo antiincendios o que eviten la contaminación. Es posible controlarlos a distancia para extinguir incendios con mayor eficacia. Incluyen sistemas de achique para buques con un siniestro y todo lo necesario para poner el motor correspondiente en marcha facilitándose así el atraque.
La mayoría de los puertos se basa, o bien en el acuerdo directo con la empresa que presta el servicio, o bien por las normas fijadas por las autoridades portuarias.
La regulación del remolque portuario comenzó con la Ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante 27/1992 del 24 de noviembre. Se modificó parcialmente en la Ley 62/1997 del 26 de diciembre y la Ley 48/2003 del 26 de noviembre relativa al régimen económico y a la prestación de servicios de los puertos de interés general. A su vez, esta se modificó por la Ley 33/2010 del cinco de agosto.
Antes de las distintas leyes arriba indicadas, las labores de remolque en los puertos españoles solo se podían llevar a cabo por parte de buques con bandera española y por empresas nacionales. La ley regula todos los servicios y funciones de los remolcadores e incluye un apartado que permite que cada puerto establezca sus normas.
Las maniobras de remolque de buques se llevan a cabo con la participación de las siguientes partes:
El capitán del buque, o el oficial de guardia, primero contacta con el práctico de guardia o con el controlador. De ser necesaria la participación de un remolcador, o de varios, avisa al puerto para solicitarlos.
El práctico sube a bordo del buque y va dándoles las instrucciones pertinentes a los patrones de los remolcadores tras escuchar al capitán. En el proceso se unen el conocimiento que tiene el capitán del buque de su embarcación con el del práctico para evitar posibles colisiones o accidentes.
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